Artículo escrito por Ángeles Caso, en el Magazine de hoy:
Uno de los viejos sueños de los ilustrados fue el de la instrucción universal. Aquellos hombres y mujeres de s. XVIII eran conscientes de la terrible ignorancia en la que vivía sumida la población europea. La ignorancia pesaba como una montaña gigantesca sobre la sociedad. Mantenía a las gentes sometidas a toda clase de humillaciones por parte de los poderosos, las encerraba en la atmósfera asfixiante de las supersticiones, les impedía mejorar su condiciones de vida y, por supuesto, dificultaba el prograso de las naciones.
Desde que los ilustrados lanzaran su grito, las cosas han cambiado mucho. No hay niño en Europa que no acceda a la enseñanza primeria. Y las facilidades para alcanzar los niveles medios y superiores garantizan que los jóvenes que lo desean puedan continuar sus estudios (algo que, desgraciadamente, la actual situación en España empieza a poner en cuestión). Sin embargo, no tenemos la sensación de que la sociedad en su conjunto haya progresado tanto, y aún padecemos una excesiva ignorancia a nuestro alrededor, a pesar de tanta escuela y tanto título.
Puede que nos cueste trabajo comparar nuestra época con otras que no hemos conocido. Seguramente, las cosas son mejores de lo que percibimos. Aún así, es cierto que la grosería y la incultura están demasiado presentes en nuestra sociedad. Quizás el error de los ilustrados -repetido por nosotros, sus herederos- fue el de dar por supuesto que una mayor instrucción equivale a una mayor cultura. En realidad, esos dos términos no son sinónimos, y uno puede saber mucho de matemáticas o de literatura y comportarse como una auténtica acémila: la historia está llena de gente muy instruida y al mismo tiempo muy indecente.
Instrucción y educación no son lo mismo, aunque tendamos a confundirlas.
La instrucción nos enseña simples datos. La educación nos convierte en mejores seres humanos. Y en lo referente a la auténtica educación, tanto las familias como las instituciones académicas, desde la escuela en adelante, acumulan demasiados fracasos. Nuestro sistema de enseñanza se basa en el almacenamiento de conocimientos por parte de los alumnos, sin profundizar en su desarrollo como seres humanos: atiborramos a los niños de fórmulas y fechas, pero no les enseñamos a reflexionar y a conducir sus mentes hacia la sabiduría, en el sentido más comprometido del término.
Muchos profesores han intentado buscar fórmulas para resolver esa contradicción, nuevos métodos de enseñanza que ayuden a sus alumnos a extraer lo mejor de sí mismos. Acabo de disfrutar de un documental que recoge uno de esos intentos. Se titula Entre maestros y lo ha dirigido Pablo Usón. Narra los doce días de clase que Carlos González, profesor de Matemáticas y Física y Química, imparte a un grupo de adolescentes poniendo en práctica su propio método. El profesor González parte del viejo axioma griego "conócete a ti mismo", inscrito en el templo de Apolo en Delfos. La premisa parece sencilla. El resultado, espectacular. Les recomiendo que lo vean. Quizá la reflexión a partir de ese ensayo podría ayudarnos a conformar métodos de enseñanza nuevos, y desde luego, mejores. Como casi todo, sólo es cuestión de voluntad y valentía.
Como nos recomienda Ángeles Caso, voy a ver el documental y luego os digo ;)