A mi alumna de clases particulares, le mandaron analizar este texto:
OYE TÚ, PROFE...
El profesor de guardia hace la rutinaria descubierta por el patio y sorprende a un mozalbete escaqueado que apura una colilla clandestina.
-Venga, a clase, chaval.
-Jo, tío, ya voy, qué pesado eres.
El profesor, ya cincuentón, sobrelleva la insolencia quinceañera sin ofenderse. ¿Qué puede hacer? ¿Armarse de ardor quijotesco para corregir modales malandrines y tuteos descorteses? El chico no tiene consciencia de su descaro porque en los institutos es tan llano el trato entre profesores y alumnos que a menudo se rebasan los límites de la confianza, se ignora la situación formal y se confunden los papeles.
Muchos estudiantes tratan a su profesor como si fuera un compa y, si llega el caso, lo increpan con tonillo destemplado y lo llaman con los excitantes de la atención más coloquiales: "oye, tú, tío, eh, profe..." Y tras ellos, añaden expresiones del tipo "ah, no, seño, te pasas mogollón, te has rayado...", con aspavientos y gritos que antes se calificaban de verdulera y hoy son propios de los debates culturales de Tele 5 sobre el corazón y la ingle de los famosos.
El Defensor del Pueblo propone eliminar el tuteo en las aulas para reforzar la autoridad del profesor. Son las formas las que describen las relaciones sociales. Hace un siglo, el tuteo era muy reducido y no se aceptaba entre padres e hijos de la España rural. El tú era una conquista, requería tiempo para merecerlo, acotaba el territorio de la amistad y de la intimidad, y siempre se detenía en la frontera de la edad provecta. Hacia 1930, los comunistas y los falangistas propagaron el tuteo por camaradería, y su uso se extendió durante la Guerra Civil por la confusión de clases sociales en las trincheras y en las famélicas ciudades. El duro franquismo reprimió el tuteo hasta que a finales de los sesenta se democratizaron las formas y los atuendos, se generalizó la espontaneidad juvenil y saltaron por los aires los refajos y los viejos formulismos. Sólo quedaron los puntillosos tratamientos acabados en ísimo, hasta que la Iglesia suprimió el reverendísimo a los purpurados. Hoy, los diputados se llaman sinvergüenzas y cabrones a la cara, pero conservan, corteses que son, el "su señoría".
Como este país ha sido siempre extremoso, del rigor temible del maestro se pasó en las aulas a la franqueza campechana. La cosa empezó tras la muerte de Franco, cuando la nueva pedagogía concibió al profesor como un lúdico colegui. O era diver o era un tirano.
Las palabras pueden ser letales o benéficas. El tuteo quizás es ya imparable, pero lo primero que debiera redactar un centro de enseñanza es un código lingüístico con las fórmulas de tratamiento, ruego, justificación y actuación ("por favor, abrid el cuaderno..."), porque hay que saber siempre a dónde y a quién se dirige la palabra.
EDUARDO ALONSO (EL MERCANTIL VALENCIANO, 2-7-2007)
El profesor de guardia hace la rutinaria descubierta por el patio y sorprende a un mozalbete escaqueado que apura una colilla clandestina.
-Venga, a clase, chaval.
-Jo, tío, ya voy, qué pesado eres.
El profesor, ya cincuentón, sobrelleva la insolencia quinceañera sin ofenderse. ¿Qué puede hacer? ¿Armarse de ardor quijotesco para corregir modales malandrines y tuteos descorteses? El chico no tiene consciencia de su descaro porque en los institutos es tan llano el trato entre profesores y alumnos que a menudo se rebasan los límites de la confianza, se ignora la situación formal y se confunden los papeles.
Muchos estudiantes tratan a su profesor como si fuera un compa y, si llega el caso, lo increpan con tonillo destemplado y lo llaman con los excitantes de la atención más coloquiales: "oye, tú, tío, eh, profe..." Y tras ellos, añaden expresiones del tipo "ah, no, seño, te pasas mogollón, te has rayado...", con aspavientos y gritos que antes se calificaban de verdulera y hoy son propios de los debates culturales de Tele 5 sobre el corazón y la ingle de los famosos.
El Defensor del Pueblo propone eliminar el tuteo en las aulas para reforzar la autoridad del profesor. Son las formas las que describen las relaciones sociales. Hace un siglo, el tuteo era muy reducido y no se aceptaba entre padres e hijos de la España rural. El tú era una conquista, requería tiempo para merecerlo, acotaba el territorio de la amistad y de la intimidad, y siempre se detenía en la frontera de la edad provecta. Hacia 1930, los comunistas y los falangistas propagaron el tuteo por camaradería, y su uso se extendió durante la Guerra Civil por la confusión de clases sociales en las trincheras y en las famélicas ciudades. El duro franquismo reprimió el tuteo hasta que a finales de los sesenta se democratizaron las formas y los atuendos, se generalizó la espontaneidad juvenil y saltaron por los aires los refajos y los viejos formulismos. Sólo quedaron los puntillosos tratamientos acabados en ísimo, hasta que la Iglesia suprimió el reverendísimo a los purpurados. Hoy, los diputados se llaman sinvergüenzas y cabrones a la cara, pero conservan, corteses que son, el "su señoría".
Como este país ha sido siempre extremoso, del rigor temible del maestro se pasó en las aulas a la franqueza campechana. La cosa empezó tras la muerte de Franco, cuando la nueva pedagogía concibió al profesor como un lúdico colegui. O era diver o era un tirano.
Las palabras pueden ser letales o benéficas. El tuteo quizás es ya imparable, pero lo primero que debiera redactar un centro de enseñanza es un código lingüístico con las fórmulas de tratamiento, ruego, justificación y actuación ("por favor, abrid el cuaderno..."), porque hay que saber siempre a dónde y a quién se dirige la palabra.
EDUARDO ALONSO (EL MERCANTIL VALENCIANO, 2-7-2007)
¿Qué os parece?
Por mi parte, estoy totalmente de acuerdo, creo que hoy en día muchas veces el alumnado pierde las formas con el profesorado, y no lo trata adecuadamente...Y claro que hay sinvergüenzas que buscan sacarte de tus casillas, pero lo malo o lo triste, es cuando una parte del alumnado te trata, como trata al compañero de la izda sin ningún ánimmo de ofender, sino porque nadie le ha enseñado a relacionarse de otra manera y es la única forma que conoce.
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